Siempre un frío que pela. En cuanto las sacas
del bolsillo, las manos se te enganchan.
Venimos cada año al cementerio.
La puerta está cerrada con unas cuerdas
Mi madre lleva un azadillo y un caldero
con un poquitín de agua para los ramos
de crisantemos y de rosa tardías,
de haberlas. Reza un padrenuestro y se pone
a cavuchar las tumbas, aporca algo de tierra
hasta formar una lomilla, destripa
los pequeños terrones. El frío
es bueno porque es blanco. No conocí
a ninguno de mis abuelos. Hay hierbas
secas, recién cortadas, excepto en las esquinas,
llenas de pasto y cardos. Han sujetado
con alambres las flores de plástico, a las cruces,
a algunas cruces. Faltan letras de los nombres,
las que tienen. Mi madre deposita
muy despacio, con mimo, los ramos
encima de los lomos, como si acostase
A veces caen chispas de aguanieve.
Miramos a poniente, a lo alto. Nos vamos.
Mi madre se persigna. El frío es nuestro.
Sin ir más lejos. Fermín Herrero