sábado, 11 de septiembre de 2021

Lo mejor del fin de semana


Quizás, lo que más disfruto de los fines de semana es el momento del desayuno, todo el tiempo del mundo para iniciar una buena mañana de sábado y de domingo.


A veces, soy infiel al té, y tomo una taza de café con leche, eso sí, y descafeinado ¡qué le vamos a hacer!!!


Sin duda, lo mejor de todo, es el desayuno en familia, sin prisas, sin agobios, sin el marcaje del reloj.



Lectura disuelta sobre el café

 Se me desdibuja la media luna,

el sol, atravesando las cortinas azules.
Un monstruo de espuma inofensivo
bosteza dentro de la taza.
Su cara besucona se estira en una curva
perdiendo toda hechura,
con los vaivenes que presagian un día sin puntos cardinales.
Cuando se hace la calma sobre el café con leche
termino el desayuno
y noto que la boca me sabe a incertidumbre.
Ni una pizca de azúcar.

Inma Luna (Cosas extrañas que sin embargo ocurren)


¡¡Feliz desayuno!!

miércoles, 1 de septiembre de 2021

LEYENDA DE LA DAMA DE LA CASA DE LA PIRRA

 


Hace mucho tiempo, me contaron que en la Villa vivía una bellísima dama que cada anochecer, cuando la brillante luna asomaba curiosa sobre el cielo crepuscular y decidía jugar al escondite sombreando las fachadas entre las esquivas esquinas, ella encendía la vela de su  pequeño farol forjado a golpe y fuego y, encaramada, con sutil elegancia en lo alto de su balcón, lo balanceaba suave y quedamente, esperando, con honda emoción y  deseo contenido, el vaivén de la candela que desde el esquinado balcón, dos calles más allá, prendía el corazón enamorado de aquel muchacho que habitaba en la casa que llamaban del “Caballero del Verde Gabán”.



Una oscura y fatídica noche de frío invernal, el código luminario de los dos enamorados titilaba tristeza, a pesar de los ondulados abrazos, besos, retahílas de suspiros y “te amos” marcados por la lenta cadencia con la que mecían la lamparilla, tan cercanos como distantes estaban los balcones desde donde entablaban su enigmática y peculiar plática. Esa misma noche, el diálogo secreto refulgía una inminente y aciaga despedida, eso sí, con la imperiosa promesa de un ansiado regreso y ante todo, el ineludible juramento de amor eterno que debiera acabar, felizmente, en el deseado e ilusionante compromiso matrimonial. 




Se ignora el motivo de la extraña ausencia del muchacho, al menos, a mí nunca me lo han contado. Pero sí puedo referir el triste final de aquella hermosa joven que se asomaba al balcón cada anochecer, esperando vislumbrar  el balanceo de la luz del farol del ausente amado, y lo puedo contar porque cuando camino por las calles empedradas de Villanueva de los Infantes, con el paso calmo y pausado, al compás del inexorable transcurso del tiempo sosegado, observo y escucho el rumor silencioso de las vetustas piedras, de las fachadas blasonadas, de las antiguas casas señoriales, de los anchurosos  patios y de los singulares rincones históricos que contienen una y mil historias pasadas, leyendas  que,  a veces, sobrevuelan levantando el tupido y misterioso velo de la memoria.



Al terminar la jornada, como cada anochecer hacía ya muchos días, la dama de la Casa de la Pirra, que pasaba la tarde en un rincón del patio cosiendo y soñando fugaces retornos, envolvía con primoroso cuidado la labor bordada con hilos de suspiros y lamentos, porque el eco de la ausencia del muchacho era un rumor que estremecía lo más recóndito de su corazón. Y volvía a encender la vela, tenue luz, discreta y prudente que acogía la íntima y agónica confidencia de la muchacha que volvía a mirar, enamorada, a través de los cristales de la ventana del balcón.

Pasó la lluviosa primavera tiñendo los campos manchegos de tonalidades ocres y rojizas. Llegó el verano pintando con un intenso color verde las pámpanas de los viñedos, y las hojas de los olivos. El otoñó desnudó la tierra para que el invierno la cubriera con un manto gélido y helador. Y así transcurría el tiempo.


 
Acaeció en una noche de frío invierno, cuando la luna flotaba rota entre las tinieblas, y la afligida lamparilla derramaba una descolorida claridad sobre el umbral de la habitación donde yacía el hermoso cuerpo sin vida de la mujer que jamás apagó la llama del amor.  


Pasaron los años, los siglos y dicen que el ánima de la dama sigue prendiendo la luz cada noche en el balcón esquinado de la Casa de la Pirra, y yo lo creo, porque encaramado en lo alto de un sencillo dintel, cuelga todavía un pequeño farol forjado a golpe y fuego.

 ©Maite Lorenzo Molina

 


Balcón esquinado de la Casa de la Pirra


Fachada de la Casa del Caballero del Verde Gabán

Este escrito está basado en un cometario que escuché durante una visita cultural a uno de los patios más emblemáticos de mi pueblo: La casa de la Pirra. 
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.


Con este relato participo en la revista que organiza La Orden Literaria Francisco de Quevedo.