Hoy viene a la memoria
la ancianidad doblada junto al fuego,
prendida la mirada en la llama ondulante
que, inquieta, zigzaguea y encandila.
Yo no tenía historia para advertir entonces
el perfil aquilino de mi abuela.
Ella era a mi lado la referencia segura.
Me hablaba de la luna, del estrellado cielo,
y de los hombres que en la guerra mueren.
Las dos junto a la lumbre oyendo el crepitar
de las cepas resecas
en un cuadro feliz a esas edades.
Todo fue en el comienzo,
sin letras que juntar ni abecedarios.
Era su nombre abuela, y me bastaba.
Si el pan entre las manos, ella decía pan,
y después lo dejaba en mis manos pequeñas.
Poderosa, sabía las horas,
según la raya justa marcada en el alero.
Al dormir, me abrigaba
con su cuerpo anchuroso de manteca,
y, con palmadas,despertaba el día
dejando que la luz invadiera la estancia,
que yo aprendiera a ver tanta armonía
II
Mi abuela,
no fue una dama gris en la alturas,
sino mujer de negro con rostro de alegría,
sabiendo de este mundo por su mismo trasiego.
Estuvo en las infancias,
salvadora del miedo y de la guerra.
Viajes a sus historias de fantasmas fingidos
y linajes oscuros.
Luchó por ahuyentar tristezas y presagios.
Nunca pudo soñar
que yo viajara un día a Capadocia,
o, emocionada, viera una virgen de Giotto.
Se fue cuando no estaba. En el patio encalado
anunciaba su flor el jazminero.
Dionisia García (Recordatorios)
(Hoy, 28 de febrero, era su cumpleaños)