Siempre había pensado que cocinar galletas era una tarea ardua y dificultosa, que no sería capaz de llevarla a cabo, pero un día me atreví, cuando los niños eran pequeños y con ellos resultó ser una labor de lo más entretenida y divertida.
Ahora, soy yo la que disfruto de este momento solitario en mi cocina, mezclando ingredientes, eligiendo la forma de los moldes que me gustan y quizás añadiendo un poquito más de canela, jengibre o gotas de chocolate que antes.
Cada cual en su cajita para no mezclar sabores. Aunque, la verdad en la despensa se huele una variopinta mezcla de agradables aromas.
Y no sé que ocurre, pero las galletas vuelan y cuando me doy cuenta, la caja de galletas está vacía.
“Piensa que la vida es como una caja de galletas.
Negué varias veces con un gesto de la cabeza y me quedé mirándola.
–Quizá sea un poco tonto, pero a veces no te entiendo.
–En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan, y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo, cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: «Tengo que acabar con esto cuanto antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas».”
Haruki Murakami. Tokio Blues
¡Feliz diciembre!