Esta primavera lluviosa ha coloreado los paisajes manchegos como hacía tiempo que no veía.
Recuerdo mi infancia cuando salía a jugar por las eras y recogía flores con mis amigas. El mes de mayo ha florecido por doquier.
Durante este fin de semana he regresado unos instantes a aquellos tiempos. Recuerdos y añoranzas guardados en el cofre que aún la memoria me permite recordar.
Pequeñas margaritas, amapolas o ababoles(cómo me gusta esta palabra), cantueso...
Es una tierra de colores, mezcla de ocres y rojos de hierro y arcilla entre los intensos verdes de las pámpanas de los viñedos, del cereal y de los olivos
En la plancie
he visto crecer seres
que parecían piedras;
manos resquebrajadas
de tocar horizontes.
Allí, la lejanía
retiene la mirada.
Y un ancho mar de ocres
se muestra inmensurable.
Caminos infinitos
asombran y detienen
en lechos despoblados,
y un árbol es un punto
orgulloso y sereno:
su sombra un bulto tapa
(¡qué más para una sombra!)
Asciende así el paisaje,
dormido y oferente,
como si nada fuera en la llanura.
Dionisia García