Del incomunicado,
del ignorante hostil que yo fui siempre
desde antes de nacer, entre el orgullo
y el terror de vivir sin ser amado,
pasé a darle la mano a todo el mundo
y me dejé telefonear sin ganas
al principio, aceptando
una voz, un alámbrico consejo,
una metálica comunicación
hasta que ya me fui de mí yo mismo
y levantando como ante un revólver
los brazos, me entregué
a las degradaciones del teléfono.
del ignorante hostil que yo fui siempre
desde antes de nacer, entre el orgullo
y el terror de vivir sin ser amado,
pasé a darle la mano a todo el mundo
y me dejé telefonear sin ganas
al principio, aceptando
una voz, un alámbrico consejo,
una metálica comunicación
hasta que ya me fui de mí yo mismo
y levantando como ante un revólver
los brazos, me entregué
a las degradaciones del teléfono.
Yo que me fui con tacto singular
alejando de claras oficinas,
de ofensivos palacios industriales
solo de ver un aparato negro
que aun silencioso me insultaba,
yo, poeta torpe como pato en tierra,
fui corrompiéndome hasta conceder
mi oreja superior (que consagré
con inocencia a pájaros y música)
a una prostitución de cada día,
enchufando al oído el enemigo
que se fue apoderando de mi ser.
alejando de claras oficinas,
de ofensivos palacios industriales
solo de ver un aparato negro
que aun silencioso me insultaba,
yo, poeta torpe como pato en tierra,
fui corrompiéndome hasta conceder
mi oreja superior (que consagré
con inocencia a pájaros y música)
a una prostitución de cada día,
enchufando al oído el enemigo
que se fue apoderando de mi ser.
Pasé a ser telefín, telefonino,
telefante sagrado,
me prosternaba cuando la espantosa
campanilla del déspota pedía
mi atención, mis orejas y mi sangre,
cuando una voz equivocadamente
preguntaba por técnicos y putas,
o era un pariente que yo detestaba,
una tía olvidada, inaceptable,
un Premio Nacional alcoholista
que a toda costa quería pegarme
o una actriz tan azul y almibarada
que quería violarme, seducirme
empleando un teléfono rosado.
telefante sagrado,
me prosternaba cuando la espantosa
campanilla del déspota pedía
mi atención, mis orejas y mi sangre,
cuando una voz equivocadamente
preguntaba por técnicos y putas,
o era un pariente que yo detestaba,
una tía olvidada, inaceptable,
un Premio Nacional alcoholista
que a toda costa quería pegarme
o una actriz tan azul y almibarada
que quería violarme, seducirme
empleando un teléfono rosado.
He cambiado de ropa, de costumbres,
soy solamente orejas,
vivo temblando de que no me llamen
o de que me llamen los idiotas,
mi ansiedad resistió medicamentos,
doctores, sacerdotes, estadistas,
talvez voy convirtiéndome en teléfono,
en instrumento abominable y negro
por donde comuniquen los demás
el desprecio que me consagrarán
cuando yo ya no sirva para nada
es decir para que hablen
a través de mi cuerpo las avispas.
Pablo Neruda
Tus pies toco en la sombra y otros
poemas inéditos.
Tal vez todos nos estemos convirtiendo en teléfono.
ResponderEliminarAbrazos, Maite, buen fin de semana.
Tal vez, ya parece que no sepamos vivir sin èl. Besos, Verónica y feliz fin de semana
EliminarNo conocía este poema...
ResponderEliminarMenuda sorpresa!!!
Besos.
También yo me llevé una sorpresa cuando lo leí. Supongo que a Neruda le gustaría más escribir cartas, je, je, je. Besos
EliminarSiempre se puede descolgar o no.
ResponderEliminarAhora por lo menos cadi siempre podemos saber quien es.
Besos.
Las nuevas tecnologías son lo que tienen. Supongo que todo con medida es bueno. Besos, querida Amapola.
EliminarNo conocía el poema.
ResponderEliminarLo apago muchas veces, lo olvido.
Pero, sí, con medida es bueno.
La segunda fotografía es muy graciosa.
Un beso, Maite.
Me llamó la atención cuando lo leí, Está escrito en 1973, un
Eliminaralegato en contra del teléfono. Este poemario tiene veintiún poemas ineditos.
Sí, es muy graciosa.
Besazos
No conocía el poema!
ResponderEliminarY me ha gustado...
: )
Me alegro mucho.
EliminarDe este libro me quedo con otro poema que ya
pondré.
Gracias, Carmen.
Besos marinos